Mucho se ha dicho, hablado y escrito, sobre una victoria inminente del obradorismo en 2024 para renovar la Presidencia de la República, más aún, nadie en su sano juicio (los líderes de los partidos en México no cuentan) podría debatir esa teoría electoral que va arropada por más del 70% de las gubernaturas en manos de Morena. Sin embargo, un panorama extraño se fragua en torno a dos elecciones de este año y las teorías de la conspiración empiezan a jugar la poltica ficción que tanto gusta a la clase burocrática de este país. La apuesta es sencilla, Andrés Manuel necesita ganar sí o sí el Estado de México y Coahuila, no por los votos que estos representan únicamente que son muchos, sino por la percepción e imagen que empieza a exhibirse de que no son invencibles. Una votación en la Cámara, la oposición la ha traído a la parte mediática como histórica para enseñar, según ellos, que AMLO ya no es tan fuerte. Una marcha de ciudadanos a favor del INE la resumieron en que la sociedad no quiere a AMLO, y así empezaba a premiarse esa situación hasta que el propio presidente hizo su marcha y acabó los rumores sobre su debilitamiento. Pero esto es otra cosa, es poder, es nómina, es hegemonía tricolor en quizá sus últimos bastiones en todo el país. El PAN se arrodilló frente al PRI y le cedió las dos gubernaturas de este año, asume Marko Cortés la incapacidad de su partido para ser competitivo por sí mismo y le regala esas posiciones a Alito Moreno. La alianza Va por México está de pie, y respira perfectamente bien con aires de renovación de votos matrimoniales, porque el objetivo es claro: mandar mensaje que AMLO es vulnerable y no es invencible. Veremos si les alcanza el último suspiro por mantener viva la posibilidad de ser competitiva la elección del 2024 o terminan por sepultarse las aspiraciones de PRI, PAN y todos los enemigos del Presidente. ¡Veremos!