Hasta hace algunos meses, todavía se sentía el impulso insaciable de la arrogancia del ser humano en su afán por dominar, controlar y explotar por completo el planeta. Hoy, la humanidad está de rodillas, rogando por solidaridad, clamando unión y cooperación ante un miedo que nunca antes había imperado en la época moderna. Es un miedo extraño.

En un día cualquiera, pensando y proyectando nuestro futuro, la pandemia del COVID-19 llegó y derrumbó esa sensación de invulnerabilidad, dejó en evidencia la carencia de liderazgo y nos puso en bandeja de oro lo que de verdad importa en la vida: la familia, el sentido de la vida y nuestro futuro como una única nación mundial.

En una especie de reality show global con nociones apocalípticas, el siglo XXI llegó con los ingredientes y flagelos que aquejan a la sociedad contemporánea.

Sentados frente al televisor y atónitos ante la adversidad, observamos como el virus se esparcía por el planeta, para luego estar en la ciudad, y después llegar a tu barrio donde por fin se instaló en tu hogar, provocando la angustia que se vive en mayores y menores rasgos. Testigos de como los políticos, la ciencia, las instituciones y la sociedad se ponen aprueba día y noche ante un nuevo, invisible y devastador enemigo.

Hoy es cuando más se necesita un liderazgo político, pero, que vacío ha dejado; no todo es sonreír y estampar en un panorámico tu cara.

Hoy en día toda la ciudadanía necesita que la ciencia la oriente, la política lidere y las instituciones la protejan; tuvimos que caminar al filo del abismo para lograr entender que 2.000 años de historia no pasaron en vano y que el sentido de un supuesto progreso simplemente nos estaba orientando hacia la inminente destrucción.

Una vez que pase la tempestad, porque pasará, a partir de ayer, hoy y mañana, las cosas se verán desde un escrutinio distinto. La globalización, el populismo, el autoritarismo, el capitalismo, entre otros tantos; la pregunta es ¿la humanidad está lista para asimilar el mensaje que envía la naturaleza?