En el momento más histórico para Irak, por segundo día consecutivo el Papa Francisco visitó tierras iraquíes para dar unas palabras a los ciudadanos en las que dijo se debe respetar la libertad religiosa y proteger los derechos de las minorías, tomando en cuenta que es un país de mayoría musulmana y devastado por la guerra.
El Pontífice comenzó su segundo día antes del amanecer, con un vuelo a la ciudad santa de Nayaf, donde tuvo una reunión privada con el gran Ayatolá Ali al-Sistani, el clérigo musulmán chiita más venerado de Irak.
Un comunicado emitido por la oficina del Ayatolá al-Sistani sostuvo que el clérigo había enfatizado que los ciudadanos cristianos merecen “vivir como todos los iraquíes en seguridad y paz y con plenos derechos constitucionales”.
Mediante una declaración el Vaticano, externó lo que el Papá había agradecido al clérigo “por hablar, junto con la comunidad chiita, en defensa de los más vulnerables y perseguidos”.
Desde Nayaf, el líder católico viajó a las ruinas de Ur, una de las civilizaciones de la antigua Mesopotamia. La tradición sostiene que es el lugar de nacimiento del profeta Abraham, en quien tienen sus raíces el judaísmo, el islam y el cristianismo.
“Este bendito lugar nos devuelve a nuestros orígenes”, dijo el Pontífice, rodeado de cristianos, musulmanes y miembros de las muchas minorías de Irak. “Parece que hemos vuelto a casa”.
Pidió paz y amor, y al hacerlo realizó un sueño albergado por su predecesor Juan Pablo II, quien planeaba visitar Irak él mismo, antes de que las tensiones lo obligaran a cancelar hace más de 20 años.
“La hostilidad, el extremismo y la violencia no nacen de un corazón religioso: son traiciones a la religión”, agregó. “Los creyentes no podemos callarnos cuando el terrorismo abusa de la religión”.