Por: Don Maqui
En la política de Nuevo León, a veces, los “castigos” no solo son necesarios, sino también merecidos, Filiberto Flores quien hasta hace poco ocupaba una curul en la LXXVII Legislatura del Congreso, es el ejemplo perfecto de cómo la ineficiencia y la falta de resultados pueden -y deben- tener consecuencias, con una trayectoria legislativa tan pobre que ni sus propias iniciativas alcanzaron la altura de sus colegas, Filiberto Flores fue despachado a la Secretaría del Ayuntamiento de Apodaca, un cargo que, en la práctica, bien podría llamarse el exilio del servilismo burocrático.
Durante su periodo como legislador, Flores se distinguió, pero no precisamente por su productividad, su agenda legislativa fue, en el mejor de los casos, insustancial, mientras otros legisladores se comprometían en debates, proponían cambios y buscaban impactar en la vida de sus representados, Filiberto Flores parecía estar de vacaciones, sus propuestas en temas de Desarrollo Urbano y Educación apenas lograron una tímida aprobación, sin alcanzar a impactar a fondo en el Estado, el contraste era evidente y bochornoso, mientras sus colegas avanzaban, él quedaba rezagado, acomodándose en una zona de confort que finalmente le costó la permanencia en el Congreso.
El cambio de Flores a la Secretaría del Ayuntamiento no es más que un castigo disfrazado, una forma de dejar claro que su desempeño fue tan pobre que el mejor lugar para él es un rol administrativo sin relevancia política ni peso legislativo, este puesto, lejos de ofrecerle protagonismo, es una clara señal de desprestigio, Flores pasa de una posición donde podía representar a sus ciudadanos, a un escritorio desde donde ejecutará órdenes sin voz ni voto real, confinado a un puesto menor, aislado de la toma de decisiones importantes.
No es difícil imaginar la razón detrás de este movimiento, para el equipo de César Garza Arredondo, era una necesidad urgente librarse de la carga política de un legislador ineficaz y sin iniciativa, en el Congreso, la falta de resultados de Flores fue un problema que no podían seguir permitiéndose, especialmente en una nueva legislatura donde la demanda de resultados es alta y el electorado exige representantes de verdad, mandarlo a la Secretaría del Ayuntamiento es una jugada que busca mantenerlo a raya, lejos de la posibilidad de comprometer aún más el trabajo del Congreso con su presencia gris y carente de liderazgo.
Este exilio político es una llamada de atención para quienes creen que ocupar un cargo público es garantía de permanencia, Filiberto Flores ya demostró, por omisión, que no tiene el temple ni la visión para un rol legislativo, y ahora, lejos de los reflectores, se enfrenta a la insignificancia política de un puesto donde su impacto será prácticamente nulo, en la Secretaría del Ayuntamiento, no tendrá ni siquiera la mínima relevancia que se espera de alguien en el servicio público.
Que este castigo sea un recordatorio de que la política de Nuevo León necesita representantes que trabajen, no figuras de relleno como Filiberto Flores, cuya falta de productividad lo ha dejado, con justicia, en un rincón del que difícilmente volverá a emerger.