POR: DON MAQUI

En la política mexicana, la congruencia es una especie en peligro de extinción, rara, escurridiza, casi siempre sacrificada en el altar de los acuerdos, las alianzas y las conveniencias, pero de vez en cuando, aparece una voz distinta, una que no titubea, que no se esconde tras siglas ni detrás de amistades, y esa voz, en estos días, tiene nombre de mujer: Citlalli Hernández.

Mientras el circo legislativo convertía el caso Cuauhtémoc Blanco en un debate político, y no en una demanda de justicia, la hoy titular de la Secretaría de las Mujeres del gabinete de Claudia Sheinbaum, hizo lo que muchos evitaron: alzar la voz por la víctima.

No por el fuero, no por el amigo, no por el compañero de partido, por la víctima, y eso, en los tiempos que corren, es más revolucionario que cualquier consigna de campaña.

Citlalli no buscó agradar a nadie, no habló para quedar bien en las reuniones del partido, no calibró sus palabras con el espejo del cálculo político, habló por convicción, por congruencia, por ética.

Llamó las cosas por su nombre, dijo que es inadmisible que una carpeta mal integrada pese más que la denuncia de una mujer que acusa a un hombre con poder, señaló a las fiscalías que promueven la impunidad y exigió que se investigue a fondo, que se actúe con justicia, que el género no sea excusa, que el poder no sea escudo, Citlalli dejó claro que está en la trinchera correcta: la de las mujeres que no tienen fuero, ni reflectores, ni redes de protección.

Ella no está ahí para aplaudir a ciegas a los suyos, sino para confrontar incluso a los suyos si hace falta, porque el verdadero poder no está en el cargo, sino en la integridad con la que se ejerce.

Desde este rincón, a veces ácido, a veces irónico, pero siempre atento al ajedrez político, reconocemos cuando alguien mueve una pieza con coraje y con sentido, y esta vez, Citlalli Hernández lo hizo, no para ganar, sino para no traicionarse, y eso, en la política de todos los días, es ganar de verdad.