POR: DON MAQUI
El acecho es un espectro silencioso, una sombra que persigue sin cesar, una amenaza que se desliza entre la vida cotidiana de muchas víctimas, en su mayoría mujeres, sin que la justicia alcance a ponerle rostro, nombre y castigo, hasta ahora, ha sido un delito invisible, una pesadilla recurrente a la que la ley le ha cerrado los ojos, pero el tiempo de la impunidad se agota, y el Congreso local ha comenzado a escribir una página nueva en el código penal de nuestro tiempo.
El miedo no tiene horario, no avisa ni pide permiso, es el sobresalto al escuchar pasos en la noche, la angustia de un mensaje insistente, la silueta sospechosa en cada esquina, la víctima lo sabe, lo siente, lo padece, pero, cuando acude a las autoridades, la respuesta es la misma: “No podemos hacer nada, hasta que pase algo más”.
¿Más? ¿Hasta qué punto debe escalar el acecho para que la ley despierte? ¿Cuántas vidas deben romperse antes de que la justicia abandone su letargo?
El Congreso de Nuevo León ha dado un paso adelante, con la intención de tipificar el acecho como un delito, una victoria parcial, sí, pero crucial, porque en este país, si algo no está en la ley, simplemente no existe, y el acecho no solo existe, es un monstruo de carne y hueso que devora la tranquilidad de miles de personas cada día.
Pero no basta con plasmarlo en papel, la tinta de la legislación debe ir acompañada del hierro de la justicia, tpificarlo es el primer paso, pero endurecer las penas es el verdadero reto, tres meses de prisión como sanción mínima suenan a burla, a caricia legislativa para quienes disfrutan del poder de infundir miedo, la pena debe ser proporcional al terror infligido, a la vida trastornada, al daño irreparable.
Es hora de que la ley tenga dientes y no solo voz, que el acechador sienta el peso de la justicia sobre sus pasos, que su condena sea lo suficientemente severa para detenerlo antes de que el acecho escale a tragedia.
Pero, cuidado, que las palabras no se queden en discursos de ocasión ni en iniciativas que se archivan con la velocidad de un susurro, que la tipificación del delito no sea sólo una estampa política para alimentar campañas, que los jueces y fiscales reciban la herramienta jurídica necesaria y la voluntad de aplicarla sin titubeos.
El acecho es la antesala del horror, la historia está plagada de crímenes que comenzaron con miradas insistentes y terminaron con vidas destrozadas, no esperemos a que la estadística nos alcance con otro nombre en la lista, no esperemos a que el miedo sea el único testigo.
Que la ley actúe antes de que sea demasiado tarde, porque la sombra del acecho solo se disipa con la luz de la justicia.