El 17 de octubre de 2019, justo cuando Andrés Manuel López Obrador más defendía su estrategia de combate a la delincuencia sobrevino un evento extraordinario, fuera de toda proporción y sorpresivo para todos.

Culiacán vivió un día de terror, lleno de zozobra, el pánico se apoderó de las calles, los convoyes de sicarios las tomaban para ellos y nadie más, la policía local, la estatal y municipal así como las fuerzas federales estaban rebasadas.

El Chapo Guzmán parecía que perdería una batalla más contra la autoridad al ser detenido su hijo y con ello procesado, terminando con la dinastía Guzmán.

Sobrevino entonces el estallido social, las redes sociales dieron cuenta de un Estado tomado por los afines a los Guzmán y no había tregua, liberaban al Chapito o se derramaría sangre inocente por todo Culiacán, no había margen de error, parecía que el narco acorralado estaba jugando su última carta por su líder.

Debió entonces aparecer el Secretario de Seguridad Nacional, Alfonso Durazo para tratar de tranquilizar las turbulentas aguas de ese estado, había un ultimátum en contra del Gobierno Federal y por supuesto de la estabilidad de un país entero que veía como un solo detenido podría cimbrar la vida de miles de personas.

Fueron horas cruciales para López Obrador, su primer gran crisis azotaba su viaje por el sureste, había sido avisado en tiempo y forma de cómo se movía el tema tan álgido que hacía parecer que la guerra se instaló en ese lugar.

Vinieron los consejeros oficiales y los no oficiales a “asesorar” al Presidente, pero la incertidumbre nace cuando debes tomar una decisión que implica tantas vidas debe ser terrible para quien la toma.

El Presidente finalmente debió de elegir, aparecer en los medios de comunicación y ante la opinión pública como un villano o como un Presidente endeble y doblado por el narco.

La historia ya la conocemos, sin embargo, creemos que el Presidente hizo lo correcto, no habría ríos de sangre por Culiacán, el Presidente tuvo que decidir ser el villano de México.

Hoy mucha gente que no conoce qué significa perder un hijo, sobrino, amigo, etcétera por ello juzgan con ligereza la decisión de AMLO, no señores y señoras, esa decisión costó sudor y lágrimas al presidente, sin embargo no tenía escapatoria como no la tuvo Calderón cuando lanzó su guerra al narcotrafico.

Juegan mal y desleales a México quien juzga y hace leña del árbol caído con saña, finalmente es el miembro que la oposición anhelaba con todo su corazón se diera, una crisis en contra de AMLO.

Suena difícil de entender pero lo que hace un par de días decidió López Obrador marcó la vida de México y su pueblo, pero todo marcó la vida de los de Culiacán, ellos y solo ellos saben el terror vivido, es cómodo desde cualquier trinchera que no sea la silla presidencial opinar y juzgar, lo cierto es que López Obrador para bien o para mal ha tomado cartas en el asunto en un caso grave y que marcará su sexenio.

Pero no confundamos una decisión arriesgada con una actitud de cómplice, no señores el Presidente tomó su estafeta y ejecutó el Poder que el soberano le otorgó, en concreto la democracia cumplió su objetivo y en las manos del Presidente se definió lo que era de su esfera de decisión.

Mala o buena decisión, el tiempo lo dirá, hoy Culiacán ha sido resguardada por las Fuerzas Federales y el pueblo irá de a poco recuperando la vida ordinaria.

Por suerte y por decisión de AMLO la masacre no llegó y esperamos que no llegue jamás.