POR: DON MAQUI
Cada tres años, el mismo espectáculo se repite: los falsos profetas de la política se presentan ante la multitud, cargados de promesas que nunca se cumplirán, con el rostro de la esperanza, la boca llena de acuerdos, pactos y propuestas, su único objetivo es ganar el aplauso de los ciudadanos, embriagarlos con palabras dulces que prometen un futuro brillante, pero, como dice el viejo refrán, “nadie promete tanto como el que no va a cumplir”, y el ciclo se repite una vez más.
Es fácil engañar a las multitudes con discursos bien ensayados, con ofertas de trabajo, de salud, de justicia, se acercan a las personas como si fueran sus salvadores, buscando apoyo y generando expectativas que solo existen en su discurso, pero, al final, la realidad siempre se impone: aquellos que prometieron cambios trascendentales y soluciones inmediatas son los mismos que, al llegar al poder, optan por no cumplir ni una de sus promesas, cambian su discurso, sus prioridades, y dejan de lado a quienes los eligieron con la esperanza de un cambio real.
La consecuencia de este cinismo político es predecible: en la siguiente elección, aquellos que confiaron en ellos y en sus falsas promesas buscarán castigarlos en las urnas, sin embargo, lo curioso es que a los políticos parece no importarles, para ellos, la gestión del presente es lo único que cuenta; el futuro, los votos del mañana, son sólo una incógnita que puede esperar, vivir del presente, de la coyuntura inmediata, parece ser la verdadera motivación de estos personajes que se creen intocables, protegidos por la democracia misma.
Y mientras tanto, el pueblo sufre, esperando cambios que nunca llegarán, mientras los falsos profetas disfrutan de su triunfo momentáneo, la verdadera tragedia es que, aunque el ciclo de promesas incumplidas se repite sin cesar, el sistema sigue permitiendo que estos personajes continúen alimentándose de la desilusión ajena, así, mientras los ciudadanos votan con esperanza y luego con rabia, los políticos solo se miran al espejo de su propio poder, sin conciencia de que, tarde o temprano, el precio de la traición siempre se paga.