POR: DON MAQUI
El acero es, sin lugar a dudas, uno de los pilares sobre los que se edifica el desarrollo industrial de Nuevo León, #Ternium, ese coloso siderúrgico que opera en el corazón de la entidad, ha sido una de las principales fuentes de empleos en la región y su producción es crucial para el engranaje económico del estado, sin embargo, esa misma actividad, que llena las arcas de la industria local, también arroja una sombra de destrucción sobre el bienestar de los habitantes de la zona metropolitana de Monterrey, la pregunta es: ¿A qué precio estamos dispuestos a seguir tolerando que se le dé rienda suelta a esta maquinaria que produce acero a costa de un daño irreparable a nuestra salud y calidad de vida?
Desde las primeras acusaciones, las alertas sobre los efectos contaminantes de las operaciones de Ternium no han dejado de sonar, las emisiones tóxicas al aire y las aguas residuales vertidas sin control son apenas la punta del iceberg, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (#PROFEPA) ha señalado repetidamente a la empresa y no es para menos, las pruebas de contaminación son claras y devastadoras, los habitantes de Monterrey y sus alrededores viven bajo una capa de smog y partículas finas que, más que perjudicar su respiración, les roba la posibilidad de disfrutar de una vida sana, ¿Y qué hace el gobierno de Nuevo León ante esta situación?, nada, la pasividad ante el monstruo de Ternium es tan flagrante que parece un acto de complicidad en lugar de un ejercicio de vigilancia.
El colmo del cinismo llega cuando los señores de la empresa y los funcionarios federales, que deberían velar por la salud pública, se cruzan de brazos y continúan con sus negociaciones a puertas cerradas, mientras los ciudadanos de Nuevo León se enfrentan a consecuencias trágicas, ¿Cuántos niños tienen ya los pulmones dañados por la contaminación? ¿Cuántas familias han visto su calidad de vida destruida por la falta de acciones concretas para mitigar la contaminación industrial?, mientras la contaminación avanza, los habitantes se sienten atrapados entre la espada y la pared, el desarrollo económico de su región, basado en una industria contaminante, y su salud, que se desvanece con cada respiración.
Claro, no podemos ignorar que Ternium ha sido una fuente importante de empleo, miles de familias dependen directamente de los salarios de la siderúrgica, la empresa ha contribuido al desarrollo de Nuevo León, impulsando el crecimiento industrial y ofreciendo empleos bien remunerados, pero no podemos sacrificar el bienestar de toda una población en aras de un modelo económico que no reconoce la responsabilidad social ni ambiental, el valor del acero no justifica los daños irreversibles que sus procesos contaminantes están causando a la región y lo peor de todo es que, pese a los esfuerzos de algunos grupos para alertar sobre el problema, el sistema político local sigue siendo lento, indiferente y, peor aún, cómplice de esta masacre ambiental.
¿Y qué se puede hacer al respecto?, la solución pasa por un cambio radical en la forma en que se regula la industria en Nuevo León, Ternium debe ser obligada a invertir en tecnologías limpias que minimicen el impacto ambiental de su producción, no se trata de frenar la producción, sino de hacerla viable para el futuro, sin que se anteponga el beneficio económico sobre la vida humana, las autoridades locales y federales deben dejar de ser cómplices pasivos y exigir que se cumplan los estándares ambientales internacionales, sin excepciones, sin miramientos.
Además, la sociedad debe presionar para que el gobierno actúe con firmeza, la calidad de vida de los habitantes de Nuevo León no puede ser sacrificada por unos pocos empleos que, aunque importantes, no pueden justificar un desastre ecológico de proporciones insostenibles, los ciudadanos deben organizarse y exigir una mayor transparencia de las empresas que operan en su territorio, exigiendo, por encima de todo, una gestión que tenga en cuenta tanto el desarrollo económico como la sostenibilidad.
Es hora de que Nuevo León elija entre ser la ciudad del acero o la ciudad de la vida, no hay lugar para ambos a costa de los mismos recursos.