POR: DON MAQUI

En el teatro de las políticas públicas mexicanas, se ha levantado un telón que pretende ocultar una realidad grotesca, la prohibición de la venta de comida chatarra en las escuelas, ina medida que, aunque suena bien en los discursos, es tan efectiva como ponerle un curita a una herida de bala.

México ostenta con deshonra el título de líder mundial en obesidad infantil, más de 16 millones de niños y adolescentes de entre 5 y 19 años padecen sobrepeso u obesidad, las escuelas, lejos de ser santuarios de aprendizaje y salud, se han convertido en mercados ambulantes donde los niños intercambian su bienestar por una dosis de azúcar y grasas saturadas.

La reciente normativa que prohíbe la venta de estos productos dentro de los planteles educativos es, en el mejor de los casos, una aspirina para un paciente en estado crítico, mientras tanto, las grandes corporaciones como Coca-Cola, Sabritas y Marinela continúan operando con impunidad, inundando cada rincón del país con sus productos nocivos, es como si se prohibiera fumar dentro de los hospitales, pero se permitiera la venta de cigarrillos en la puerta de al lado.

Si en el caso de las bebidas alcohólicas se prohíbe su venta cerca de las escuelas y a menores de edad, ¿Por qué no aplicar la misma lógica a estos productos que, aunque no embriagan, condenan a nuestros niños a una vida de enfermedades crónicas? La obesidad infantil es una pandemia silenciosa que amenaza con reducir la esperanza de vida de las futuras generaciones y colapsar nuestro ya de por sí frágil sistema de salud.

Es hora de dejar de lado las medidas cosméticas y enfrentar el problema con la seriedad que merece, prohibir la venta de comida chatarra a menores de edad en todos los ámbitos, no solo en las escuelas, y exigir a las empresas que asuman su responsabilidad en esta crisis sanitaria, es un paso necesario, solo así podremos aspirar a un futuro donde la salud de nuestros niños no sea moneda de cambio en el mercado de los ultraprocesados.