POR: DON MAQUI

En la sierra de Nuevo León, en un pequeño y olvidado rincón del mapa, se erige Hualahuises, un municipio de aquellos que, si no fuera por sus líderes, quedarían perdidos en el anonimato, allí, donde el polvo y el sol imponen su ley, existe un hombre que se cree dueño de todo: Jesús Aguilar, “El Chucho”, el cacique que gobierna con el ego de un rey y no con la humildad de un servidor público.

Lo cierto es que la historia de Aguilar es la de muchos que, al llegar al poder, olvidan sus raíces y el compromiso adquirido con quienes los colocaron en el puesto, su paso por el Congreso local fue un faro de promesas, todos pensaron que había escalado a la política de mayores dimensiones, que su mirada ya no se limitaba a los linderos de Hualahuises, pero, al final, parece que el “Chucho” regresó al rancho, se puso las botas y el sombrero y con el aire de un cacique de antaño, decidió que su reinado local no necesitaba rendir cuentas a nadie.

Es claro, lo que para muchos es una contradicción, para él parece ser una verdad incuestionable: los compromisos adquiridos con los ciudadanos que no votaron por él son prescindibles, casi insignificantes, el “Chucho” se ha enclaustrado en su oficina como si fuera el último bastión de poder, convencido de que, como el gran señor de la comarca, puede ignorar las quejas y las demandas de aquellos que, con esperanza, apoyaron su ascenso, el pueblo parece ser solo una estadística y la palabra, esa que los hombres de territorios pequeños aún valoran como su último patrimonio, la ha dejado olvidada en un rincón polvoriento de la historia.

Lo peor de todo, y lo más doloroso para los que creyeron en él, es que esta desmedida confianza en su poder local ha tenido consecuencias, la prueba más fehaciente de su caída es el abandono de su propio Diputado suplente, aquel que lo acompañó en su aventura legislativa y que hoy, seguramente desencantado, ha decidido apartarse del “Chucho”.m, es el reflejo de una política de traiciones, de incumplir la palabra, de creer que se puede jugar con la confianza de los demás sin que haya repercusiones.

El diputado suplente que abandonó a Aguilar no es solo una figura política más, es el símbolo de un principio que en pueblos pequeños como Hualahuises aún tiene valor: la palabra es la moneda de cambio, lo único que sigue vigente cuando todo lo demás se desmorona, Jesús Aguilar, al parecer, ha olvidado eso y mientras se encierra en su oficina, con sus botas y su sombrero, sigue actuando como si el tiempo no lo alcanzara, como si su pequeña corte de leales no se fuera a disolver por sus propios errores.

Quizá el “Chucho” se sienta intocable, pero su burbuja de poder local podría estallar pronto, los agravios de aquellos a quienes ha ignorado no se olvidan fácilmente, y el olvido, como siempre, tiene su precio.

Hualahuises, como todo rincón olvidado del país, tiene memoria y aunque Jesús Aguilar pueda pensar que los compromisos incumplidos no tienen consecuencias, la realidad es que la verdad, más temprano que tarde, se hará presente.

Así es como se forjan las caídas, cuando el cacique se olvida de la gente y solo queda su sombra sobre el pueblo que lo elevó.