POR: DON MAQUI
La danza política de Policarpo Flores, líder del PAN en Nuevo León, sigue siendo un espectáculo lleno de contradicciones, promesas incumplidas y exigencias sin sentido, después de hacer públicas, una y otra vez, sus dudas sobre la continuidad de la alianza con el PRI, hoy se presenta como un defensor incondicional de Adrián de la Garza, el Alcalde de Monterrey, pero con una condición digna de los más bajos chantajes emocionales de la política: que el edil regio se acerque más a los eventos del PAN, que visite las colonias panistas, que aprenda a querer a los regidores del PAN como lo hace con los priistas.
¿Qué queda de la “firme alianza” con el PRI cuando el dirigente del PAN lanza estas demandas tan descaradas? ¿Es Policarpo Flores realmente el líder que necesita el partido para enfrentar los desafíos políticos de Nuevo León, o es simplemente un títere más del juego del poder?, su reciente declaración parece un ruego de amor político disfrazado de exigencias; como si el PAN le pidiera a De la Garza no sólo un cambio de actitud, sino una transformación total de su identidad política.
Lo más irónico de todo esto es que Flores, al mismo tiempo que menciona que De la Garza “es, fue y será” el emblema electoral del PAN, parece olvidarse de que la política no se maneja con caprichos, sino con decisiones claras y coherentes.
En lugar de asumir su rol como líder, parece más un político buscando desesperadamente que alguien lo quiera, como si su discurso fuera un mal poema de despecho.
¿De verdad Adrián de la Garza, un hombre de formación policiaca y con años de experiencia en la arena política, va a ceder ante un chantaje tan evidente?, si algo le ha demostrado la política es que no se mueve por sentimentalismos, Flores, en su afán por recuperar poder, ha olvidado que la verdadera fuerza de un político radica en la independencia y en la capacidad de tomar decisiones sin depender de las suposiciones de un partido que hoy parece estar más dividido que nunca.
Así que, mientras Policarpo Flores sigue susurrando al oído de De la Garza, el Alcalde tiene en sus manos la capacidad de decidir si se va a dejar manejar por las exigencias de quien, en lugar de ser un líder, está más cerca de ser un poeta del llanto político.